Nací con el despertar de la primavera del 79, una mañana soleada de viernes. Se podría decir que tuve una infancia más o menos normal excepto por un hecho que marcó mi vida desde muy pequeño: un lobo. El lobo que me atemorizaba cuando jugaba indefenso en la casa de bosque de mis abuelos. Recuerdo como se me acercaba gruñendo y exhibiendo sus húmedos e iracundos colmillos blancos. Mi abuela, armada con un bastón grueso de avellano, venía en mi ayuda y, protegiéndome tras su espalda, se enzarzaba en una especie de disputa en la que siempre vencía ella. Apenas tenía tres años cuando vi como le abatía un cazador y se lo llevaba arrastrándolo por la tierra seca del sendero. Recuerdo que lloré aliviado pero triste a la vez.
Para mí, el cuento de la Caperucita roja siempre ha sido especial.
Las ideas me persiguen, me susurran caprichos, paradojas y entresijos. Una vez dejé de escucharlas y mi alma enfermó. No puedo evitar escribir sobre ellas. Esas ideas son como aquel lobo mirándome, gruñéndome, que quiere decirme algo aún arriesgando su vida.
Escribo relatos y cuentos, para adultos y para jóvenes lectores.
Si te apetece, sígueme y léeme, si no, continúa tu camino.
Para mí, el cuento de la Caperucita roja siempre ha sido especial.
Las ideas me persiguen, me susurran caprichos, paradojas y entresijos. Una vez dejé de escucharlas y mi alma enfermó. No puedo evitar escribir sobre ellas. Esas ideas son como aquel lobo mirándome, gruñéndome, que quiere decirme algo aún arriesgando su vida.
Escribo relatos y cuentos, para adultos y para jóvenes lectores.
Si te apetece, sígueme y léeme, si no, continúa tu camino.